jueves, 3 de diciembre de 2009

Mala-Leche en la biblioteca en llamas


Ojalá se salven los miles de libros que leí, y ojalá se salven los que no pude leer.
En este siglo XXI, -piensa Mala-Leche-, los libros que se quemen serán los últimos
porque no se volverán a reeditar en papel, porque solo habrá copias digitales y en pdf
o en los buenos y mejores formatos que vayan sucediéndose en las próximas décadas.

Las marcas, los órdenes, las notas, los apuntes y reseñas, los recuerdos y las manchas,
se esfumarán también con el papel y el plástico de estas ediciones recientes de editoriales cursis,
pero tan suaves que agradan, esos libros plastificados de buenas ediciones que ni nosotros ni nadie leerá nunca,
y a lo sumo de las bibliotecas se conservará una cultura familiar hecha de lecturas en voz alta,
de oralidad en la cena, de sesión de lectura poética, o filosófica, o una novela francesa, o un refrán.

Las bibliotecas públicas también tendrán sus colecciones cuidadas por aficionados conservadores, como si fueran teatros o museos de arte o de cualquier otra especialidad, porque los libros serán
la forma externa de una especialidad de la vida capitalista disuelta en la red de la información
y la comunicación
mediante nuevas tecnologías.

Las llamas se propagan por las estanterías de mi biblioteca. Ojalá se salven algunos libros, unos cuantos, alguno. No me quedará nada. Tocaré música, pintaré, bailaré, seré holgazán.

(Mala-Leche se acuerda de su violín)

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