la taza y el espejo de los navíos
África de mis raíces urbanas como veneno
en las venas de mis enemigos.
Mis amigos son también rebeldes ricos
en una fiesta de ferocidades y felicidades
vete tú, Fulvia, a avisar al cenizo
Cicerón que me condene y que me muera en mi sitio.
Los siglos cantan esta canción triste mía
cediendo al deseo de lo más oscuro
que el tiempo puede encerrar en su templo.
Poderes de la fina palabra se esquivan
entre las rendijas senadoras de las envidias
en la mayor conspiración de la historia.
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