martes, 20 de abril de 2010

Con la mano torcida

Me había partido la mano. Los dibujos que deberian ser pieles tersas, piernas largas o cuellos altos se me llenaban de cristales y de astillas. Qué torpe!.
Con cuidado, intentaba seguir la línea recta de las columnas, una curva cinturera, el viento cuando pasa por las ramas, un leve soplido en el cabello con la ventana abierta.

Después del frío, del calor y de todo lo contrario, después del Norte, del Sur, del Este y del Otro... va el aire y te mueve el pelo.
Después de subir, de bajar y de descansar, después de maniana, tarde noche y volver a empezar... va el aire... y te mueve... el pelo.
Qué simple, Adriana, al tomar café, el azúcar sabe dulce y el café sabe a café, y si miras por la ventana, se ve cómo pasan las estaciones, una tras otra, ordenadamente en procesión, estamos en un tren y mira qué bien pasan las estaciones, lo hacen sólo para nosotros, qué simple, Adriana, el café es dulce.
Y después nos reiremos con las cosas que nos han pasado, será divertido, que pasen veinte, treinta, cincuenta anios, y me cuentes los animalitos que te has encontrado en tu bosque. Adriana. Qué bonito!, reírnos en Primavera y en Otonio, y cuando nos cansemos, volveremos a empezar. Más bonito que el azul celeste, más bonito que una tarta de mandarina, más bonito que tu hada madrina. Mmmm, déjame que empiece de nuevo.

Querida Adriana:

Tú eres una cosita chiquitita que se pega en la solapa de los chaquetones de invierno. No, mejor, tú eres el refrigerante fresquito que refresca las tardes de verano. Miento, tú eres un bichito que se cría en las macetas con geranios que cuelgan en las ventanas blancas. No me entiendas mal, si te dijera que eres un perfume, serías el increíble sonido de los colores; si te dijera que eres una foto, serías dulce salada como las manzanas de caramelo que se regalan a los ninios cuando van a la feria; o si te dijera que eres un sabor, serías el del lápiz de cuando estabas en el colegio, antes de pintar un retrato de tu familia.
A ver si me explico, ésto no es un mono de feria, ni un mono de trabajo, ni un mono de yonki ni un mono de estéreo, es más, esto no es ni siquiera un mono, ni un manojo de claveles, ay, Adriana!, si yo pudiera escribir manojo de claveles!, estaría escribiendo como escriben los jardines botánicos, como susurran los parques, como miran las ventanas, como pisan los gatos, escribiría como si yo estuviera en Alemania y tú en Barcelona, yo te escribiría cartas que te dijeran

Querida Adriana:

Sigues jugando con las hojas secas de los árboles? sigues mirando por la ventana por la tarde? seguro que sigues haciendo la croqueta por ahí con los calcetines de colores. Yo sigo teniendo bicicleta, no es maravilloso? en invierno se me siguen congelando las orejas, pero mi gorro ruso me salva de la congelación, el Gorrof, el de las orejas calentitas. A veces oigo pinceles cuando voy en bici, otras veces veo violines pintar cuadros de mediodía, o de tarde, ya ves, todo sigue igual en todos los sentidos, qué bonito!, cuántas cosas nos quedan, no?. Ahora quiero invitarte a galletas. Y las galletas son muy especiales. Cuando te vea, voy a regalarte una galleta. Una galleta!. La gente seguro que pensará otra cosa, pero sólo nosotros sabemos toooodo lo que significa regalar una galleta.

Querida Adriana:

Quiero mandarte un mail. Un mail bonito, que te guste y que sonrías cuando lo leas. Un mail con colores, con olores y con todo lo demás. Un mail con pianos, violines y clarinetes. Un mail con rojo, azul y naranja. Un mail que me pueda acercar y, cuando estuviera cerca, soplarte suavecito para que se te moviera el pelo. Tú pensarías que es una suave brisa desde la ventana, pero sería yo, que soplaría suavecito... y se te movería el pelo, tú no te darías cuenta y no pasaría nada, en otro momento me volvería a acercar y no te darías cuenta, porque por eso lo haría, para que no te dieras cuenta. Sólo eso. Acercarme un poquito. Soplar con cuidado. Y va el aire... y te mueve el pelo. Va el aire... y te mueve... el pelo.

Yo era una fotografía. Tenía una mano partida y sólo podía dibujar aristas y esquinas. Qué torpe!, poniéndole collares a la luna para que no lo notara o notase. Riscos en vez de playas. Encallado en la bahía de su omoplato. Y un mástil de barco saliendo de la barriga.

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