miércoles, 17 de febrero de 2010

Quitasueños (Cuento cubista con relojes)

Congelados. Estaban congelados. Se les veía brillar los dientes y los ojos. "Soñando" - pensaba - "soñando con peces, con sol y con uvas". Aire sin respirar que deshilacha inocente el gris. "Deberían soñar", mientras desarmaba de la maleta las herramientas: Sierra, martillo, azul y unas pinzas. Cantatas congeladas y una articulación que se pierde. Música fúnebre de niño en desván.

Solemne, acariciaba el hielo de las fotografías con avaricia y duda. El hielo no era una guitarra. Ni un piano. Detrás, se retorcían las uñas del frío y brillaban los dientes. Deberían soñar. Soñar con arena, con té y con azúcar. Congelados detrás del hielo, veían brillar la sierra y las pinzas. Se susurraban algo sobre escaleras y pieles. Se susurraban? sí, se susurraban pero no se les oía. Un ojo abierto y una cadera torcida. Un cuello estirado y una mueca. Observaba como los doctores. Arqueaba el violín de su cintura, tumbaba el oboe del cuello, pintaba con los dedos el hielo - Sería éste?... sería aquél?... - "Sí, seguro que están soñando".

Subir a la luna para robarle el collar. Apagar las velas de las estrellas una a una. Robar a la primavera todas las flores. Cogió el martillo y el hielo no suena como suenan las sinfonías. Tumbó el bloque y no había óperas ni arias mientras levantaba la mano. La sierra no sonaba como suenan las sonatas ni las concertinas. Con las pinzas arrancaba flores, apagaba velas y robaba collares. Sin una soprano ni un violoncello. Sin ni siquiera el sonido de los árboles iba incrustando el azul. Olor a nana seca en la solapa, manchas tristes de susurros por el suelo y un réquiem asomando curioso el hocico desde su agujero. Los demás seguían congelados. Se les veía brillar los dientes y los ojos.

Pena congelada sin lágrimas detrás de los cristales. Marionetas que se disuelven en el fermento del desván. Ordenar las herramientas como pinceles. Limpiar con cuidado el clavicordio y la tuba del suelo. Archivar meticulosamente la métrica del esternón. Sus pasos no sonaban a sol ni a playa, ni a uvas ni a azúcar sonaban sus pasos. Congelados detrás del hielo, se susurraban algo sobre escaleras y pieles. Se susurraban? sí, se susurraban pero no se les oía. Antes de irse "Soñarán?" - pensaba - "deberían soñar". Uñas que no arañan y un ojo abierto. Sí, seguro que están soñando.

Y todo volvió al silencio.

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