Así se asesinan las ideas, -pensó Mala-Leche en su despacho-, como libros
que nadie leerá ya en este fin de siglo, que dura ya sus veinte años, en un siglo XXI
más trillado que los dos anteriores, más cargado de ilusiones vacías y de finales
que una ceremonia deportiva para masas y para naciones y para sueños de niño.
Las altas expectativas, -prosigue-, no despiertan ya ni pasiones auténticas ni silencios
sino escepticismos tan duraderos y sólidos como joyas diseñadas, como cubiertos metálicos
o como pueblos de piedra a los que nunca llegarán las carreteras de asfalto y señalizaciones.
La fehaciente destitución de los valores cristianos y el fraude de los orientalismos mal diseñados
se suman en un olor a pasado que domina sin discusión las rutas de posibles viajes al poder
o los últimos esfuerzos por tener en este mundo algo contra qué indignarse sin mesura.
Nada queda ya de los trámites burocráticos y de los papeleos complicados con DNI
en esta situación absurda de espera, de antivanguardias, de frenética incertidumbre.
(Mala-Leche en este punto se levanta y retoma la lectura desesperada de Musil)
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