Llevábamos varios días subiendo aquella enorme escalera hacia el cielo y ni una sola vez nos habíamos atrevido a detenernos y otear desde la fina barandilla de marfil.
Sin embargo en el horizonte innumerables maravillas de luz y de color parecían acompañar nuestra dicha y quizá era así como la propia naturaleza mostraba su júbilo por nuestro encuentro.
Supongo que tenemos un secreto cómplice -dijo el capitán- -no lo sé- respondió la sirena, el caso es que huimos juntos de nosotros mismos y sin embargo a nuestro alrededor baila todo junto lo grande con lo pequeño, lo azul con lo rojo, lo sublime con lo abyecto, lo tierno codeándose con lo duro, lo amargo, con lo intenso...
-¿Qué significará esto? Dijo de repente una voz que hablaba en un lenguaje desconocido y cuyo mensaje sin embargo había sido recibido en todas partes...
Supongo que huimos de nosotros mismos pero el mensaje viene de algún lugar -respondió el viejo capitán- ¿De dónde? ¿De dónde? -preguntó la sirena-
Y ambos miraron en la misma dirección y comprendieron al unísono que era Dios quien estaba allí.
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